Cuando creció un poco le compramos un corralito, pero a él nunca le gustó estar solo, entonces nos turnábamos y entrábamos nosotros a jugar con él. Fue emocionante cuando le salió su primer diente, cuando dejó la mamadera, cuando empezó a hablar, fue el mejor sonido del mundo, no tuvo medias palabras siempre habló claro.

 
 
Una anécdota simpática ocurrió cuando cruzamos en balsa el río Paraná en Cataratas; se le cayó el chupete al río y le dijimos que el pez se lo había comido y nunca más lo reclamó. Cuando su abuela María fue a visitar a su nieto a Oberá, junto con mi madre y mi padre fuimos a las Cataratas del Iguazú y también llevé a Tito y a Cesar a conocer el "Salto Bielakowicz" de mi infancia.
 
 

 

 

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